Quien soy



Me llamo Conchi, soy ama de casa y auxiliar administrativo,  estoy casada y tengo dos hijos (una parejita).
Me animé a confeccionar este blog, porque soy una apasionada de la cocina,  me encanta lo salado, dulce, amargo, todo tipo de recetas, me las veo hechas en un momento. Espero poder deleitaros con un buen plantel de recetas que pueda agradar a mis seguidores y a todo el que la quiera probar. Bienvenidos a mi blog.
A continuación os dejo con un texto de Laura Ferré que narra muy bien los misterios de  la cocina que, me ha gustado mucho como introducción de mi blog, (puesto que también me gusta con locura el mundo de la Farándula) y encima según este texto tienen mucha relación.

Platos con historia en las tablas 

El teatro, arte de raigambre popular, desde siempre estuvo relacionado con la cocina, otra disciplina que también seduce al pueblo. Los más diversos platos y los avatares de los comensales -y también de los que soñaban con sentarse a una mesa bien provista- estuvieron presentes en las diferentes obras, como argumento o protagonistas.
Los atenienses condimentaban su asistencia a las prolongadas representaciones teatrales con habas, nueces y garbanzos. Las mismas sólo se interrumpían para que actores y público salieran a comer. En la comedia Pluto , de Aristófanes -otro ateniense-, los ruegos a los dioses implorando riqueza y salud se aderezaban con libaciones de vino, carnes, panes y aceite.
Los romanos también incluyeron referencias a bocados y hambrunas en sus textos. Una herencia bien aprendida por los italianos que sazonaron su Comedia del Arte con obras que solían incluir algún cuadro donde el comer y el beber reinaban soberanos.
Muchas obras de la picaresca española tienen como tema principal al alimento, aunque casi siempre se plantea su escacez. Al pícaro le toca, entonces, observar cómo los poderosos se atiborran durante los banquetes. El hambre y los esfuerzos para procurar un botín comestible son el motor de este personaje. En la segunda parte del Lazarillo de Tormes, Lázaro dice: "Porque siempre quise más comer berzas y ajos sin trabajar, que capones y gallinas trabajando".
Los cafés madrileños, durante la segunda mitad del siglo XIX, no sólo ofrecían tertulias, sino que además sorprendían a la concurrencia con alguna representación. Con esa premisa nacieron los cafés-teatro. El primero fue el de Capellane, en el que se presenciaba el espectáculo y los ensayos por el precio de la consumición: dos reales.
La tradición de enriquecer el menú de turno con ritos teatrales alcanzó hasta los claustros hispanos. En el Convento del Carmen, situado en la localidad de Sangüesa, en la Navarra Media, aún hoy se celebra una cena muy particular a fines de julio. Un elenco de actores y músicos -enfundados en túnicas con capucha- son allí los anfitriones de un banquete generoso en sopas, pescados y dulces. Un detalle: los comensales cenan munidos de un único cubierto, una cuchara de madera tallada de la que sólo debe emplearse su parte cóncava, a riesgo de derramar los manjares. 
Laura Ferré 

A continuación pongo un articulo un poco largo pero que merece la pena leer y que le vá muy bien a mi blog por lo que cuenta, si tienes tiempo no lo dejes de leer:

Las mujeres y su relación con la comida


Acá va un artículo demasiado bueno que apareció en la Revista Ya, de Paula Serrano (psicóloga por supuesto, jijiji). Es un poco largo, pero vale demasiado la pena.

"Comer es un peligro. Si comemos mucho, es ansiedad. Si comemos poco, es depresión. Si no comemos nada, es anorexia. Si comemos y vomitamos -como nuestros padres en Roma- es bulimia. Si engordamos, es que no nos queremos y tenemos baja autoestima. Si enflaquecemos, somos pretenciosas de más. Si comemos grasa, somos poco civilizadas y atentamos contra la salud. Si comemos carne, nos envenenamos. Si comemos camarones, nos sube el colesterol. Si comemos pan con mantequilla, somos irresponsables. Todo engorda o da cáncer o nos tapa las arterias o nos precipita el mal de Alzheimer.
La gula podría eliminarse de los pecados capitales femeninos. Porque dejó de ser un mero placer, un verdadero pecado de la carne. Hoy es un pecado también, que -al revés de los pecados verdaderos- está desprovisto del gozo, pero no de la culpa de pecar.
No hay cómo vivir en paz con el más sencillo de los placeres: la comida. Sobre todo si somos mujeres, porque esta relación siempre ha estado llena de ambivalencias, tensión y culpa.
Hubo una vez un mundo en que comer era una necesidad y comer bien, un lujo. Hubo alguna vez también un mundo en que la definición de gordura y flacura era ambigua. Y también hubo un mundo en que ser bella no se relacionaba con los kilos, sino con las proporciones. Ese mundo se acabó, como los dinosaurios. El problema es que los y las habitantes de ese mundo son los mismos. Y entonces hay una crisis de magnitudes enormes que presenta a los gobernantes a problemas de salud física y mental. En esa crisis hay unos habitantes más discriminados y más vulnerables: las mujeres.

La incomodidad de cada gramo
 Toda mujer -al menos urbana e informada- sabe cada gramo de más o de menos que tiene y sabe en qué parte de su cuerpo lo tiene. Si algo la distrae de esa constancia agobiante, será por poco tiempo y luego bastará que cambie de posición para que la conciencia de ese pedazo indeseado de su cuerpo la invada nuevamente. A veces comen pasta en un restaurante, porque no pudieron aguantarse, y ya a la salida están tocándose el abdomen buscando el resultado nefasto de la tentación que no resistieron. No estamos hablando de una conciencia relativa del cuerpo, sino de una radiografía constante.
¿Cuánta tensión agrega a la vida un cuerpo indeseado? Porque seamos francas, en el diagnóstico de cada gramo, la gran mayoría de las veces salimos disconformes. Ya sea por mucha grasa, por mucha flacidez, por mala distribución, etc. A veces, en algunos momentos de la vida, hay satisfacción con el estado del cuerpo en relación a los kilos y a la relación grasa-músculos. Esa mujer que está satisfecha sabe que no durará mucho. Que si se descuida, el balance será nuevamente imperfecto. Las flacas tienen con la comida y el peso una relación igualmente neurótica. Porque no pueden prescindir de ese estado.
Una mujer que da una conferencia ante un público conspicuo dice a la salida: "Pero se me notaba la guata... ¿o no?". ¿Cómo pudo concentrarse, contestar preguntas sin titubear, sonreír y aceptar disensos con encanto, si una parte de su mente estaba pendiente de algunos gramos de más?
Así viven la mayoría de las mujeres. Alertas. Disconformes consigo mismas porque quieren un cuerpo distinto del que tienen.

Casi un acto histérico 
Luego está la gordura. Digamos, la así llamada gordura por parte de las mismas mujeres.
- "¡Qué linda estás!".
- "¡Ay, pero estoy gorda!".
La mujer que se siente gorda puede estar bella, elegante, inteligente, pero prima la desazón de sentirse gorda. En apariencia parece una locura, casi un acto histérico. La mujer que ha contestado que está gorda es flaca, digamos, no tiene nada de gorda. Pero en estas materias la opinión ajena no importa. La evaluación es personal y absoluta.
¿Qué pasa en la vida de cada mujer que está siempre consciente de tener unos kilos de más?
- Me odio. Y no estoy exagerando. Me odio. Odio mi ropa, mi pinta, mis movimientos. Me cuesta bajar de peso, lo que como lo asimilo. Estoy tan cansada. Quiero ser vieja para que no me importe.
La pobrecita no sabe que ahora que hay que vivir cien años, los kilos son un tema para siempre. Porque a medida que se envejece, el metabolismo es más lento, la musculatura pierde fuerza, los kilos se distribuyen de manera nueva y ya no son sólo los kilos, sino también la flacidez. Aunque se haga deporte toda la vida, envejecer es perder lozanía corporal. Esas viejas-jóvenes, las nuevas abuelas que parecen hermanas de sus hijas, están en el mismo mercado de la belleza, sometidas a las mismas tensiones. Y por lo tanto sufren con su cuerpo tanto o más que las jóvenes.
Las mujeres engordan porque tienen un metabolismo complejo, porque tienen cuatro veces más alteraciones tiroideas que los hombres, porque fueron diseñadas, desde Eva en adelante, para que su cuerpo soportara el peso de una criatura por nacer y luego una crianza. El cuerpo femenino es con caderas adiposas y con muslos anchos. Hoy sólo los pechos son bellos si son grandes.
Está bien, con ejercicio y una alimentación saludable, las mujeres pueden mantenerse en los estándares de la belleza moderna... o casi. El problema es el sufrimiento que viven cada vez que se salen de esos estándares.
El ideal del yo en las mujeres es flaco. La frustración entonces es enorme. Si existiera un hada madrina que hiciera cumplir los deseos, al menos la mitad de las mujeres le rogarían que las dejara flacas para siempre.

Porque estamos en peligro a diario
En el fondo del alma femenina, los kilos y el amor (la aceptación) no están separados.
En los arquetipos, la belleza es femenina. Y hoy la belleza es muy flaca. El problema con los gramos y los kilos es que definen a una mujer. Se puede tener piernas cortas pero están los tacos, y ser chica puede ser lindo. Se puede ser peluda o pelada, hay peinados para todas. Pero los kilos están en todas partes, forman la imagen de inmediato. Apenas se pueden disimular. Es como una carta de presentación.
Nadie ama a una gorda. Eso sienten las mujeres. Para ser bella hay que ser flaca, y para ser amada hay que ser bella.
El tema de fondo es que a fuerza de asociar belleza y flacura, las mujeres no se aman a sí mismas con gramos o kilos de más. Esto no siempre es consciente. A veces queda pegado un hábito de autodepreciación por los kilos que luego se mantiene por años. Aún cuando ya no hay problemas de peso, esa mujer sigue evaluándose y saliendo mal en la nota final.
Una mujer muy linda que alguna vez fue mi paciente, consultó por "una frigidez grave". Así lo definió ella. No era así. Había perdido todo aprecio por sí misma como mujer después de un largo cuadro de hipotiroidismo. Ya no estaba gorda (nunca lo fue en realidad, medía 1,75 y llegó a pesar 70 kilos, nunca fue obesa) pero actuaba como si lo estuviera. Andaba escondida. Fue un largo proceso de descubrir que había sido gorda sólo unos años. Analizamos su relación con su marido, su niñez, su relación con lo femenino, su educación sexual. Nada. Fue su manera de sentarse en la consulta lo que me hizo preguntarle por qué se agachaba así. Y por ahí descubrimos que se había avergonzado tanto de su cuerpo y había sentido tal rechazo de su marido y de los hombres en sus tres años de gorda, que nunca más pudo recuperar la ingenuidad que antes tuvo de sentirse querida por lo que era. No le perdonaba a su padre que la controlara mientras comía en su casa los domingos, ni a su marido que para incentivarla le prometió comprarle un auto nuevo si cumplía la dieta. Ni a sus compañeros de trabajo que nunca más la trataron como mujer, sino como un ser asexuado digno de conmiseración. Nunca más se desnudó ni se puso traje de baño ni se compró ropa ajustada. Fue una venganza. También una actitud autodestructiva. Recuerdo que sus ojos, siempre tan dulces, se ponían negros cuando recordaba un acto sexual en particular en que su marido la había cambiado de posición para que "no te baile la guatita". Lo que pudo ser un acto de ternura se convirtió en más humillación, rechazo, dolor, rabia, miedo. Por último, la frigidez. Perder el goce de su vida sexual y castigarse y castigar con ese acto inconsciente de autoafirmación. "Si no me quisieron gorda, entonces que no me quieran".
Compensar la gordura con la simpatía, con la inteligencia, con el dinero, con el poder, con la agresión. O sumirse en el silencio y la obsecuencia, hacer méritos, ser buena todo el tiempo, son respuestas clásicas al sobrepeso sentido como tal, más allá de la realidad objetiva. Seducir por el estómago, pero no probar el fruto prohibido.
Más allá de los cuadros patológicos de ingestión alimentaria, como la anorexia y la bulimia, todas somos, sin serlo del todo, anoréxicas y bulímicas a la vez. No comemos nada o nos lo comemos todo, según si prima el amor o la rabia.
Lo que aún no encuentro es una relación pacífica con la comida y el peso en las mujeres que conozco. Es más. No me parece posible que sea así, con los estándares de belleza actuales. Ya no es una opción individual, es parte de la cultura. Gracias a ello, el mercado de las dietas y de la cirugía ganan millones. Ojalá nunca sentirse gorda. La pena es que es muy pequeño el porcentaje de mujeres que se siente flaca como condición permanente. Y aunque así fuera, la relación con la comida y los kilos ya está instalada. Como dice una pariente mía: "Prefiero ser anoréxica que gorda".
En resumen. Sí, estamos en peligro a diario. ¿Cómo nos extraña, entonces, que en las clases medias y altas chilenas las mujeres sean las que más consumen ansiolíticos?
Pero a pesar de todo este panorama, las mujeres debemos rescatar que hacemos tanto y tan bien. ¡Somos un verdadero milagro!"

De verdad, me pongo de pie por este artículo. Bien por Paula Serrano, que se da el tiempo de pensar sobre estos temas para compartirlos con nosotras.

Fuente: Paula Serrano
"Revista Ya" de El Mercurio
Martes 27 de febrero de 2007 / Nº 1223
 

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